¿Para qué sirve la mala educación en la lucha por el poder?
En tiempos de extrema polarización política, ya no es posible construir grandes consensos ni apelar a una gran mayoría de votantes
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Donald Trump asiste a su juicio por presunto encubrimiento de pagos de dinero subrepticio vinculados a relaciones extramatrimoniales, en el Tribunal Penal de Manhattan, en Nueva York
Con una letra minúscula, el 'New York Times' publicó el 19 de enero del 2021 toda una página doble con una pequeña selección de los miles de insultos proferidos por Donald Trump a través de Twitter (ahora X). Desde la proclamación de su candidatura ... presidencial en junio, que arrancó insultando a los mexicanos; hasta que se le retiró su cuenta con más de 88 millones de seguidores el 8 de enero del 2021, tras injuriar tan peligrosamente a la democracia en Estados Unidos.
La deprimente lista, que supone toda una contagiosa redefinición de lo que es aceptable y no es aceptable en la vida pública, confirma la existencia de una política del insulto permanente. Una práctica deliberada que nada tiene que ver con el calentón temporal o el bocachanclismo episódico. Sus practicantes se apalancan en la gestión de emociones en beneficio propio. De hecho, estos incesantes torrentes de descalificaciones sirven múltiples funciones: monopolizar la atención, fomentar el cabreo y, sobre todo, mantener un tono de provocación/movilización permanente.
En tiempos de extrema polarización política, ya no es posible construir grandes consensos ni apelar a una gran mayoría de votantes. Y tampoco es que haga mucha falta. Trump ha demostrado que con la mitad más uno en un peculiar sistema electoral como el de Estados Unidos (o siete escaños en un sistema parlamentario) es más que suficiente. No hay que olvidar que de cara a las próximas presidenciales de noviembre, el resultado depende de menos de un 6% del censo electoral repartido en media docena de Estados de la Unión.
Trump –antes, durante y después de su etapa en la Casa Blanca– ha sabido mejor que nadie manejar a su favor la tan reprochada espectacularización de la política, en su caso con un alarde de cuñadismo energúmeno. Su precampaña consistió en protagonizar durante catorce exitosas temporadas su propio programa de telerrealidad en la cadena NBC: 'The Apprentice'. Desde entonces, su audiencia no ha hecho más que confundir lo soez con lo genuino y las malas maneras con la sinceridad rompedora.